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Los festivales de las luces, hippies y elitistas

Un día cualquiera de finales de agosto, en caravanas, furgonetas, o haciendo autoestop, empiezan a aparecer unos «tipos raros» en las montañas de Las Hurdes. Son «6.000 personas acampadas, de 56 nacionalidades. Se trata del Lost Theory, un elitista festival hippie de música electrónica. No es una rave ilegal, ni una cita internacional de deslumbrante elenco, esto es algo mucho más underground y excitante. Durante cinco días, 90 DJ descargan su artillería en plena naturaleza virgen». Una crónica del fotógrafo y periodista Luis Álvarez.

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Son los últimos festivales del verano y son especiales, como el Festival de la Luz, organizado por Luz Casal. «Cumple un lustro y lo hace manteniendo los ideales en los que se forjó: música, artesanía y carácter benéfico. Lo que un día fueron buenas intenciones para con Boimorto, hoy es un festival de referencia. Uno de sus grandes éxitos se basa en el concepto con el que se inició el proyecto. «Esto tenía que ser lo más parecido a una romería, no hay santo ni virgen pero el sentimiento debía ser el mismo, de tal manera que la gente del Concello y de la zona no se sintiera excluida», explica Casal, la creadora del festival». Lo cuentan Rosa Santiago y Pedro del Corral.

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Pero hay historias mucho menos amables, como la de la ultraderecha española coqueteando con el punk. «Hay un equívoco en el origen: asumir que el punk es un movimiento de izquierdas, algo que el mismísmo Johnny Ramone intentó desmentir durante décadas. Si bien es cierto que los ultraderechistas no sólo escuchan punk, y que han logrado cierto ascendente en grupos y escenas no explícitamente politizadas, cuando han tenido que vertebrar musicalmente su mensaje casi siempre lo han hecho a través de éste y estilos fronterizos». Carles A. Foguet y Carles Viñas repasan la escena musical neonazi de España.

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Así, mientras la extrema derecha en el Estado español lleva décadas intentando sacar provecho al punk sin demasiado éxito, el que parece haber perdido su hegemonía estética es el saxo entre la música pop. Lo advierte Diego A. Manrique como «un detalle bien inquietante» y «una ausencia tanto más llamativa dada su omnipresencia a finales del siglo pasado. Estamos ante una perdida de riqueza musical y emocional. El saxo, se sabe, es una prolongación de la voz humana. Algo que su intérprete logra a fuerza de sacrificios para coordinar los músculos de las manos, el tórax, la boca».

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