Ya nadie duda de que los festivales de música se han convertido en un motivo para viajar y, para los artistas emergentes, en una herramienta de promoción muy importante. ¿Pero son mejores cuando su tamaño y público es menor? Puede que haya algunas ventajas, y la periodista Katy Lema cita, entre otras: «Ir con la familia, ver un concierto con tu mascota o ir al baño sin soportar colas infinitas». Todo eso es algo que, según dice, la organización del Gijón Sound Festival calificó de «maridaje perfecto» entre música y ciudad: «Cuando se va a un festival que cuenta con precios de verbena y que recibe una media de 7000 personas el concepto cambia radicalmente».
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La paulatina retirada del frío y el cambio de hora marcan el inicio de la primavera, pero también el inicio de la temporada de festivales. Se acerca inexorablemente esa época del año en la que los laboratorios de clonación, las agencias de contratación, promotoras y cerveceras, observan con orgullo y alegría lo que tanto esfuerzo de rutinaria iteración les ha costado conseguir. Pero, ojo, no todo festival ha de remitir escrupulosamente a la fórmula de sol, hedonismo barato y radiofórmula indie. Hay algunas ofertas singulares.
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Según el Informe sobre el estado de la Cultura en España de la Fundación Alternativas, el principal problema de la cultura es la dificultad de acceso y hay algunos objetivos (la mayoría de ellos compartidos por varias entidades culturales) que todavía quedan por cumplir y beneficiarían al sector: la creación de un Ministerio de Cultura independiente -así como sus presupuestos-, la recuperación de fondos destinados a la cultura, la aprobación de una ley de mecenazgo y la creación de un estatuto del artista -ya en camino-, así como leyes que protejan al autor frente a la piratería.
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Problemas no solo hay en España. Asian Dub Foundation, el veterano colectivo electrónico londinense con raíces asiáticas, lamenta la deriva política del Reino Unido: “El Brexit ha sacado el racismo del armario. Solo hace falta echar un ojo a las redes sociales. Me recuerda mucho a los años ochenta, donde los grupos de skinheads iban por Londres haciendo el matón y metiéndose con la minorías étnicas”. Están desencantos con la política. “Todo tomó un giro siniestro en 2010 con el escándalo de las dietas de los parlamentarios. Era un saqueo masivo de dinero público y la mayoría de la gente perdió la confianza en los políticos. Muchos de los que votaron por el Brexit lo hicieron para castigarlos y muchos de los que apostaron por permanecer solo querían evitar una victoria de Nigel Farage”.
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