“Cómo mola tu trabajo”. Quizás sea esa una de las letanías que con mayor frecuencia escucha el promotor. De entrada, no le falta razón. Tenemos un trabajo maravilloso -sin duda-, pero sería demasiado simplista pensar que nuestra responsabilidad se limita a los 90 minutos de gloria que dura el show, esos en los que si el aforo está lleno te permitirán pagar la hipoteca a final de mes y, con un poco de suerte, compensar la “palmada” que te metiste hace una semana con aquel grupo que a ti, y a la vista de la venta de entradas vendidas, solo a ti te apasionaba.
Acostumbrémonos. Nuestro éxito siempre es compartido: primero con su máximo responsable, el artista que está sobre el escenario; después, con su mánager; acto seguido, con su compañía de discos; a continuación con el concejal que ha conseguido hacerse la foto con el cantante, y así hasta llegar al panadero, ese que todas las mañanas te cobra su barra y que te dará, con una palmada en la espalda, las gracias por la invitación que le has conseguido mientras que, con la misma intuición financiera que Goldman Sachs soltará algo así: “No veas la pasta que has ganado hoy. Cómo mola tu curro”.
Es obvio que nadie imagina que llevas unas cuantas noches sin dormir con la confianza de que todo saldrá perfecto y a última hora se venderán 200 entradas más que te salvarán la noche. Nadie intuye que desde las ocho de la mañana has negociado con el tour mánager cada ítem de la producción para que todo esté organizado -pero sea rentable-, y que el técnico del Ayuntamiento, al que has soltado cien invitaciones, hasta hace media hora no te ha traído los permisos porque aun no le queda claro si la tuya es una actividad cultural o una amenaza terrorista. Por no hablar del mánager que viene rebotado porque la mujer del artista quiere quitarle el puesto y hoy viene al bolo, y así hasta llegar al señor (que habitualmente suele ser un abogado) que anda indignadísimo porque en su asiento el sonido no llega nítido y casi que te acusa de estafador por haber vendido esa entrada.
En resumen, ahí te ves tú, que te metiste en esto porque te encantaba el rock and roll, ejerciendo de financiero, psicólogo, psicoanalista, jefe de protocolo y, si la cosa aprieta, responsable de catering, acomodador y backliner, cargando una manguera al hombro y apagando incendios que no tienen nada que ver con la música. Pero al menos piensa en una cosa: seguro que alguno te saldrá bien. Ese día habrás hecho tu primer sold out. El mánager vendrá contento, el artista, feliz, los permisos te los dieron hace una semana y entonces llegará el momento de abrir puertas, se apagarán las luces, sonará el primer acorde, el público aplaudirá y tú, desde una esquina del pabellón, pensarás: “Cómo mola mi curro”. Enhorabuena, ya eres promotor.
Versión ampliada del artículo publicado originalmente en el VIII Anuario de la Música en Vivo