Texto: Juanlu Vela
Destaquemos que el hecho de que conceder una acreditación viene determinado, la mayoría de veces, por los requerimientos del artista, grupo o mánager o por los del promotor del evento. No es fácil encontrar un mánager generoso, que acredite a los fotógrafos sin que haya un interés de por medio, como un lanzamiento de un disco o la publicidad de la gira.
Además, los artistas y sus representantes quieren tener un control sobre el uso de las imágenes: que estas se publiquen solo en el medio acreditado y que no se utilicen nunca con fines comerciales. Sobre todo ocurre con los artistas más consagrados (y comprometidos con marcas), los representantes pondrán como condición para dar la acreditación que se firme un contrato donde se indican todas las condiciones, lo que igualmente no excluye a algunos artistas de directamente no permitir hacer fotos, como Bob Dylan y Bruno Mars, entre otros.
Por lo general, el tiempo permitido para tomar las fotos suele ser el de las tres primeras canciones. En contadas ocasiones, incluso existe una limitación de tiempo (que puede llegar a ser de 60 segundos) para tomar esas fotos. También existen limitaciones en cuanto a la ubicación de los fotógrafos, como solo poder situarse en los laterales del foso o, aún peor, en la mesa de sonido, donde se requiere un teleobjetivo del que solo pueden disponer los grandes medios dado su alto coste (por encima de los 6.000 euros). Todo ello, dependiendo del momento de vanidad del artista o el control de su marca. Unas limitaciones que solo consiguen alterar el valor histórico y documental de esas fotos.
Por si fuera poco, la fotografía de un profesional se encuentra enfrentada a las de cientos de fotos tomadas por los fans con sus móviles durante todo el concierto. Incluso se han dado casos de mánagers y representantes de la industria que utilizan fotos de fans para la promoción de un artista. Queda clara la hipocresía de una parte del show business que abandera ‘la lucha’ contra la piratería y la gratuidad de la música. Pero, lamentablemente, es como si todo lo que se crea con una cámara tuviese que ser gratis, una justificación por parte de estos individuos para no pagar. Y no es más que una forma de exclusión que subestima el arte y el trabajo de una profesión.
Por último, están los fotógrafos profesionales que no respetan las reglas éticas, es decir, no cobran o revientan los precios. Su mayor interés en cubrir un evento o festival radica en saturar de fotos las redes sociales de cara a la galería, donde pasean su ego diciendo lo exclusivos que son. En definitiva, mientras los artistas y grupos siguen luchando para mantener su caché, se olvidan de quienes trabajan para ellos, consintiendo lo contrario de lo que ellos reclaman.
Algo no funciona.
Expresar tu opinión, reivindicar tu profesión y tus derechos puede llegar a ser un suicidio profesional, pero… merece la pena, pues no es nada saludable moverse en un ambiente donde todas las reglas de juego se han ido a tomar por culo.