Me encanta el jazz. No sólo a nivel estético, también a nivel ideológico y conceptual. El jazz fue creado en Estados Unidos por los esclavos negros. Cuando Lincoln liberó a los esclavos y estos obtuvieron por primera vez el derecho a tener dinero (al cobrar un salario), y por lo tanto, a comprar y poseer cosas, algunos pudieron comprar por fin instrumentos musicales. Entonces mezclaron sus músicas tribales africanas con los instrumentos occidentales de origen europeo que encontraron en el Nuevo Mundo ( ¡menudo triángulo!). De esa mezcla nació el jazz.
En el jazz cada músico, sea lo que sea, hombre o mujer, blanco o negro, joven o viejo, es una persona creativa, y en la base del jazz hay una norma tácita que hace que el jazz exista, funcione y sea, contra lo que algunos suponen, una música con todo el futuro por delante: que cada músico debe respetar su propia creatividad tanto como la creatividad y el espacio de los demás.
El jazz es puramente un trabajo de equipo, y tal como dice Marsalis: «es necesario encontrar y mantener el equilibrio adecuado entre el derecho a expresados y a hacer las cosas a vuestro modo, y la responsabilidad que se adquiere frente a los demás cuando se trabaja en grupo por una meta común».
El jazz tiene una cualidad muy valioso, y es que es una creación instantánea de un equipo de músicos trabajando juntos. A grosso modo, se basa en la improvisación sobre una estructura determinada que funciona a modo de guía. En este escenario de trabajo cada músico debe escuchar atentamente lo que están tocando los demás, además de tocar él mismo lo que su creatividad le dicte. Por lo tanto, para poder trabajar en este equipo de músicos y ser capaz de crear música la clave es saber ESCUCHAR.
Estamos hablando de auténtica cocreación, una palabra mágica en las organizaciones de hoy. ¿Sabemos cocrear? La respuesta depende de otra pregunta: ¿sabemos escuchar? Pregúntese honestamente si en su organización se practica la escucha activa. He estado en organizaciones muy poco jerárquicas, donde cualquiera podía hablar con cualquiera, sin importar el cargo. Pero también he estado en organizaciones donde los altos cargos utilizaban ascensores privados y dirigirse a ellos era algo mal visto y poco aconsejable. Desde luego, algunas organizaciones se parecen más a una banda de jazz que otras. En las primeras es posible una escucha activa. En la segundas no.