Artículo de Mikel Izal, cantante de Izal, para el ‘VI Anuario de la Música en Vivo’
Quedamos a las 7 de la mañana en casa de Mikel. En ella guardamos los instrumentos y ensayamos en un cuartucho sin ventanas con una batería electrónica y tocando bajito porque no podemos molestar a los vecinos. Viajamos en el coche de Alejandro con algunos instrumentos sobre las rodillas o bajo nuestras piernas. Este fin de semana recorreremos unos 1.200 kilómetros para tocar en dos ciudades donde nadie nos conoce. Nos verán un total de 40 personas. Estamos contentos.
Cargamos el coche y arrancamos. Hemos reservado dos habitaciones en dos hostales cerca de las pequeñas salas donde nuestra cuenta corriente menguar, pero donde nuestra ilusión, inexplicablemente, no hará otra cosa que crecer. En esas salas intentaremos que cada una de las personas que nos escuche salga hablando de nosotros y, de esta forma, que crezca nuestro público la próxima vez que visitemos esa ciudad. Estamos contentos.
Tocamos viernes y sábado. El sonido, en ambos garitos, era infame, pero casi todas las personas que han venido han comprado el disco. Eso va a hacer que podamos pagar los gastos del viaje. Estamos contentos.
El domingo vuelto a casa. Nos repartimos 6 euros por cabeza de lo que ha sobrado tras pagar la gasolina, comidas y hostales. Nos despedimos y cada uno se va a su casa a descansar, porque al día siguiente hay que disfrazarse de lo que no somos e ir a una oficina a trabajar. Aún así…estamos contentos.
Así fueron la gran mayoría de nuestros fines de semana en los primeros y largos años del grupo.
Han pasado cuatro años y en este 2014 hemos tenido la inmensa fortuna de vivir conciertos con los que, en aquel entonces, no nos atrevíamos ni a soñar. De hecho, ahora mismo estoy sentado en una furgoneta que nos lleva a uno de ellos y recuerdo todo aquello que es tan reciente y nos parece ya tan lejano.
Sí, para nosotros este último año ha sido para recordar. Para recordar de dónde venimos.
