REVERB, ONG que lleva dos década liderando el movimiento de música verde, ha lanzado recientemente un estudio pionero sobre el impacto ambiental de los viajes de fans a conciertos en EE. UU. y Canadá. El estudio ‘Concert Travel Study’, se ha basado en la voz de más de 35.000 asistentes a conciertos en 170 ciudades de EE. UU. y Canadá y revela que el desplazamiento de público a espectáculos representa una media de 527 toneladas de CO₂ por concierto, cifra que escala a 824 toneladas en los macroestadios. En contraste, el conjunto de emisiones derivadas de la logística de las giras —transporte de bandas, staff técnico, hospedajes— apenas alcanza 14 toneladas.
Esto revela que el viaje de las y los fans a conciertos genera 38 veces más emisiones de carbono que las propias giras de artistas. La cultura de la movilidad en eventos musicales muestra además un marcado desajuste entre el comportamiento real y los deseos latentes de las audiencias: aunque el 80% se desplaza en vehículo particular, solo el 65% preferiría hacerlo así. Un dato crucial: el uso de transporte público y bicicletas podría triplicarse si existiera mejor infraestructura y facilidades para ello.

El estudio también confirma un dato alentador para quienes abogan por una transformación estructural: el 94% de las personas encuestadas reclama acción inmediata por parte de artistas, promotoras, venues y público para frenar las emisiones del sector. El mensaje es claro: hay voluntad social para el cambio, pero falta traducir esa energía en soluciones prácticas.
Entre las propuestas más valoradas destacan la creación de zonas de aparcamiento prioritario para carpools, ampliar la oferta de transporte público hacia recintos de conciertos y mejorar la infraestructura ciclista. No se trata solo de gestos simbólicos: implementar aparcamientos que requieran al menos cuatro ocupantes por coche podría reducir en un 13% las emisiones promedio por show.

El informe también subraya la necesidad de intervenciones adaptadas al contexto geográfico: mientras que en regiones como Canadá o la Costa Oeste existe mayor predisposición a usar alternativas sostenibles, áreas como el Sureste o las Llanuras de EE. UU. presentan mayores barreras culturales y estructurales.
En este nuevo paradigma, la música no puede permitirse ser ciega a su impacto. Más allá de los gestos aislados de sostenibilidad, el compromiso debe ser estructural, masivo y urgente. Artistas, promotores y público comparten una responsabilidad histórica: convertir los conciertos en experiencias no solo emocionales, sino también climáticamente conscientes.