Es el nombre del momento, un hito para la música de nuestro país. 2018 ha sido el año de Rosalía, una artista que ha irrumpido con tanto ímpetu que ha destrozado las costuras de un corsé que ya no aguantaba fronteras. La música se hace global y Rosalía es su punta de lanza. Los medios internacionales elogian su talento, su obra es premiada y su imagen se proyecta en Times Square. Desde Barcelona, con un pie en el sur y otro en el género urbano, ha sido capaz de llevar su visión del flamenco hacia un nuevo espacio contemporáneo. Pero el de Rosalía es un fenómeno que invita a la reflexión, con un par de conclusiones claras. Una es que todo triunfo, y este especialmente, es fruto de un durísimo trabajo previo. Y la segunda es que su éxito solo puede ser entendido como un punto de partida. La puerta ha quedado abierta.
Rosalía nos traslada el mensaje de que es posible exportar y acceder al mercado internacional sin sacrificar identidad. Es un signo de los tiempos. Vivimos en la era de lo social, de lo inmediato y de lo glocal: aquello que, siendo de aquí, adquiere dimensión global. Quedan muy lejos los años en los que el reconocimiento internacional se tenía que recabar país a país. El mundo actual, con su ecosistema digital y sus plataformas de streaming, ha derribado barreras, lo que permite que el talento español mezcle con más naturalidad y viaje más deprisa. A partir de Rosalía todos somos conscientes de que se puede apostar por lo propio, que ya no hay fronteras que lo contengan ni barreras que lo detengan. Al final, el talento y el trabajo mandan, una receta que sigue un puñado de artistas que también están aporreando esa puerta.
No nos engañemos: en un negocio que ya es eminentemente digital (y lo digital por definición es -ennial, con espíritu joven), necesitamos artistas capaces de ser relevantes en Lationamérica, una región con una pirámide demográfica muy distinta de la envejecida Europa. Pero ya no ocurre como antes, cuando Alejandro Sanz y Julio Iglesias tenían que establecer en Miami su cuartel general para acabar convirtiéndose en artistas cien por cien latinos. Lo grande del éxito de Rosalía, y de la carrera internacional de artistas como Rozalén y Vetusta Morla, es que ya no es necesario diluir su identidad como artistas nacionales, al menos en lo que respecta a las audiencias fuera de nuestro país.
Todo esto flota en el ambiente de la escena latina, una comunidad con la que es imprescindible colaborar. Sus Grammy eran vistos como una cosa latina, pero pude comprobar el cambio que se estaba operando cuando asistí en 2014 a la consagración de Joan Manuel Serrat en Las Vegas como Persona del año. Desde entonces, Sony España ha visto en los Latin Grammy una fascinante oportunidad de promoción de nuestros artistas, a los que acompañamos en su campaña antes de las nominaciones, después de las nominaciones y durante la semana del evento.
Como es sabido, Rosalía despuntó en 2018 con cinco nominaciones que se convirtieron en dos estatuillas. Pero hubo más. Con un estilo lejano de lo que se entiende por latino, Manolo García y Carlos Sadness sumaron otros dos premios. Interesante caso para el análisis el de Sadness, un artista que está irrumpiendo en la escena mexicana, capaz de llenar tres noches consecutivas el Lunario de la capital y triunfar en el Vive Latino y en las principales ciudades del país. Por lo demás, fueron en total 16 las nominaciones logradas por los artistas de Sony España, con Vestusta Morla seleccionados hasta en tres categorías y Rozalén en otras dos, y no menores: Mejor álbum y Mejor canción del año. Leiva y Toteking también figuraban entre los nominados: dos ejemplos más de música local que se aproxima a otros mercados.
Lo de Rozalén tiene el mérito de lo personal, porque no abundan proyectos de tanta personalidad como el de esta albaceteña reconocible y especial, que compitió en Las Vegas con los artistas que más brillan en la música latina. Seguro que a ello contribuyó su capacidad para transitar de la canción de autor al pop, la ranchera, el folk y el drum and bass. Puro mestizaje. En cuanto a Vetusta, su impacto en los Grammy Latinos consagra la internacionalización del rock español. Con ellos se constata que aquel género alternativo que hace dos décadas no se atrevía a cantar en su propio idioma ha adquirido unas señas de identidad propias, identificables y exportables.
No son los únicos que borran fronteras. Ahí está el caso de Abraham Mateo, con un impacto brutal en el pasado 2018, y que en los últimos dos años ha pasado de promesa del pop latino a presente y futuro en España, Latinoamérica y Estados Unidos. Sus colaboraciones con Jennifer Lopez, Pitbull, 50 Cent, Yandel, De la Ghetto y Farruko son una nítida fotografía de la expansión de la música hecha en nuestro país. Los 500 millones de streams de Loco Enamorado junto a Farruko y el #1 del airplay en la radio latina estadounidense de Se acabó el amor, con Jennifer Lopez y Yandel, son incontestables.
Otro caso paradigmático es C. Tangana, por su impacto internacional, por su historia de éxito labrada desde el género urbano español y por su desafío constante a lo establecido. La conclusión es clara: se puede llegar al mundo latino desde una actitud más o menos mimética, pero también desde un punto de partida local, que aporta carácter regional a un estilo predominantemente anglosajón. La producción del barcelonés Alizzz y el idioma castellano, pero sobre todo su actitud artística, nos permiten imaginarlo como a un Drake crecido en las calles de cualquier barrio de Madrid.
En efecto, 2018 será recordado como el año de Rosalía, pero en el futuro ya nada será igual. Porque más allá de los años de trabajo, más allá del dulce sabor de la recompensa a ese esfuerzo, su éxito tiene que servir para reconocer que es posible acercar la música de aquí a otros mercados, abrir nuevas puertas y explorar otros terrenos. Rosalía tiene que ser la punta de lanza que abone el terreno a los artistas que vienen detrás, porque su descomunal triunfo no es una línea de meta, sino el punto de partida de lo que está por llegar.
José María Barbat
Presidente Sony Music Iberia
Un extracto de este texto ha sido publicado como avance en el décimo aniversario del Anuario de la música en vivo