La industria musical tiene muchos retos que superar en los próximos años. La reventa de entradas, el acceso a menores a las salas de conciertos, el rol de la mujer, los derechos de autor,…pero la superación de todos estos retos será difícil si no hay un cambio profundo de valores, así como un sistema que lo apoye. La música sigue siendo vista como un bien de segundo orden. Es una de las partidas a las que menos presupuesto se destina y a menudo es vinculada al de promoción económica. Sin embargo, la música aporta -y tiene el potencial de aportar aún más- al desarrollo social, cultural, medioambiental y personal.
Estamos rodeados de música y esta va más allá de las salas de conciertos, auditorios y festivales. Cualquier película, espectáculo, anuncio o paseo por la ciudad tiene su propia banda sonora. Sin embargo, con demasiada frecuencia, la música y sus agentes (músicos, instituciones musicales, asociaciones, promotores) reciben poca consideración en el contexto del desarrollo social y humano. Esto no es nuevo, pero es inverosímil cómo actualmente la música no está regulada de forma que ponga de relieve su relevante papel, así como el de los agentes que la conforman, en la configuración del mundo de hoy y de mañana.
Las instituciones culturales aún no están lo suficientemente concienciadas ni están equipadas para gestionar políticas culturales, y en consecuencia musicales, de una forma holística. De hecho, el sistema no apoya adecuadamente la música a través de sus mecanismos y herramientas.
Por un lado, el sistema educativo no ayuda a que la música sea un tractor social y emocional, infravalorándolo, a menudo, como asignatura optativa o extraescolar. Mientras no sea tan importante como las matemáticas, existe un serio problema social, ya que se deja de lado el desarrollo de las inteligencias múltiples. Las universidades siguen una línea parecida. Pocas son las que ofrecen grados, másteres y doctorados enfocados en la música para poder formar profesionales y seguir generando conocimiento en el campo.
Por otro lado, la investigación y la innovación, tan importante para el desarrollo futuro de una sociedad, se relaciona especialmente con las industrias tecnológicas, en detrimento de aquellos sectores que se denominan no tecnológicos. Esto hace que las partidas presupuestarias del gobierno estatal y el de los gobiernos autonómicos se destinen estratégicamente a aquellos sectores que, se sobrentiende, innovan y emprenden. Sin embargo, deja fuera a los creadores artísticos y musicales los cuales son innovadores, emprendedores y generadores de patrimonio intangible por naturaleza.
El panorama empuja a que los actores y agentes de la industria tengamos que remar en la misma dirección generando entornos que ayuden a todo el entramado. Los agentes musicales y culturales necesitamos mejorar nuestras habilidades de lobby y crear clusters que ayuden a ganar confianza y convicción, tanto interna como externa, co-creando y creando sinergias.
Pero todo ello tiene que ir acompañado de la idea de que la música es esencial para la salud emocional y psicosocial. Considerarlo como un estilo de vida, un proceso cognitivo que mejora el bienestar y bienser y que tiene un valor transformador en la propia persona y entorno social. La música se convierte, así, en un derecho esencial para todas las personas. Como derecho, hay que democratizarlo y promover su acceso a través de un sistema holístico de leyes, políticas y estructuras.