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La energía del soul

El siguiente fragmento pertenece a Historia de la música pop. El auge (Redbook Ediciones, 2018), el segundo volumen que complementa al anterior Del gramófono a la beatlemanía, del reconocido periodista musical inglés Peter Drogget.

Entusiasmo: hacer girar el cuerpo, caer hacia atrás al suelo, saltar como en un trampolín, darse la vuelta, hacerse un ovillo, estirarse, todo en perfecta sincronización con el metrónomo vintage de 4/4 creado por músicos a 4.000 millas de distancia. El local era el Twisted Wheel o el Tiffany, el Golden Torch o el Night Owl, el Burlesque o el Dungeon, el Casino o el Gighland Room, sótano o sala de baile, bodega o club. Todo en aras del placer, la liberación, el poder del volumen y el ritmo perfecto, la unión de los cuerpos esculpiendo el aire en un placer simultáneo y solitario.

El estímulo para este éxtasis era el soul, el Northern soul, así llamado no por sus orígenes en Norteamérica (su hogar espiritual era Detroit), sino por la localización de sus discípulos: en Manchester, Wigan, Blackpool o el área del norte de Inglaterra conocida como The Stafford Potteries. Cada fin de semana acudían todos en tren o en autobús para hacer un peregrinaje al fiable territorio de una música que te sumergía en su energía trascendente (con ayuda de algunas pastillas, quizás, par mantener los pies en movimiento hasta la aurora).

Moverse al ritmo de la música y la sensación de necesitar bailar son cosas vitales para comprender mínimamente la música negra […]. Gran parte del contenido musical afroamericano ha de entenderse en relación al cuerpo en lugar de a la mente. También está muy claro el vínculo entre baile y sexo. Básicamente, bailar es transmitir mensajes sexuales, es simular el tempo del coito […], sigue siendo una actividad del animal más que del hombre pensante.

Robert Gallagher, Black music, enero de 1976.