La relación entre artistas y público está cambiando. Lo que durante décadas se entendió como fandom era una estructura vertical basada en la devoción y la distancia, ahora el concepto transita hacia un lugar donde la reciprocidad y la implicación activa son moneda de cambio. MIDiA Research, publicación especializada en análisis de tendencias culturales, en una de sus últimas publicaciones destaca precisamente cómo los fans están dejando atrás los modelos jerárquicos para adoptar formas más participativas y horizontales.
De lo piramidal a lo horizontal: una cultura del dar y recibir
Durante años, el fandom funcionó en forma de jerarquía, con artistas elevados a la categoría de figuras inalcanzables y fans en el rol de meros seguidores. MIDiA cita el caso paradigmático de la “Colmena Bey”, donde los fans de Beyoncé funcionaban como una red de apoyo incondicional a su figura. Sin embargo, el nuevo paradigma demanda una relación más equilibrada, como escribe Laura Fisher en MIDiA: «de dar y recibir».
Artistas como Maverick Sabre, Bakey, Capo Lee o AJ Tracey están a la vanguardia de este cambio, construyendo relaciones más simétricas y activas con su comunidad. Desde conciertos gratuitos en pubs hasta concursos de remixes y giras decididas por votación popular, estos movimientos reflejan una cultura musical más democrática y conectada con sus públicos reales.
Uno de los ejemplos destacados en el artículo es el de Not Even a Tour, la iniciativa del rapero AJ Tracey que permitió a sus seguidores votar que ciudades debían formar parte de su gira. El resultado: una programación diversa, centrada en escenarios regionales y alejados de los grandes núcleos urbanos, donde la industria suele concentrarse. Para MIDiA, esta estrategia marca una ruptura con la lógica de mercado tradicional y refuerza la idea de que el valor del fandom radica en la conexión emocional, no solo en el volumen de seguidores.
De los Swifties de Taylor Swift a los Little Monsters de Lady Gaga
Uno de los ejemplos más emblemáticos de cómo se está redefiniendo la relación entre artistas y comunidades de fans es el caso de Taylor Swift y sus Swifties. A través de iniciativas como las Secret Sessions, donde la artista invita a seguidores seleccionados a escuchar sus álbumes antes del lanzamiento, sus sorpresas a fans en eventos e incluso enviando regalos personalizados durante las fiestas, una práctica conocida como Swiftmas. Estas acciones han fortalecido su conexión con los Swifties, quienes se sienten parte activa de su trayectoria.
También Lady Gaga ha demostrado una fuerte voluntad de horizontalidad con sus Little Monsters, especialmente en la promoción de su último álbum, Mayhem. En este contexto, impulsó un videoclip colaborativo de la canción «Abracadabra», protagonizado por 32 fans que recrean la estética del video original, en el que ella misma también participa. Esta versión fan-made no solo celebró la creatividad de su comunidad, sino que también consolidó su compromiso con un fandom participativo y artístico.
En paralelo, según el artículo de MIDiA, las audiencias también se han vuelto más exigentes. Esperan algo más que contenido: quieren acceso, poder de decisión y oportunidades reales de participación. Esta expectativa obliga a los artistas a repensar sus estructuras de comunicación y a invertir en herramientas que faciliten la interacción directa. De ahí que cada vez más sellos discográficos recurran a community managers o estrategias de co-creación para nutrir ecosistemas culturales sostenibles y auténticos.
Lejos de ser una moda pasajera, esta transformación apunta a un nuevo modelo de industria: menos centrada en la viralidad y más orientada a la resonancia emocional y la pertenencia colectiva.