Silvia Grijalba: «Un, dos, tres ¡vamos!»

Este texto de Silvia Grijalba ha sido originalmente publicado como apertura de la sección 20 años del ‘Anuario de la música en vivo 2020 – Especial XX Aniversario‘.

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La defensa de la música en directo es algo que siempre, desde que el rock es rock, ha resultado necesaria. Pero ahora se ha convertido en imprescindible. Es una obviedad a estas alturas decir que los músicos actualmente viven (o en la mayoría de los casos sobreviven o malviven) gracias a los conciertos. El cambio de modelo de negocio de la industria musical, en la que el objeto (el disco) ha dejado de ser lo esencial, ha hecho que esto ahora sea algo indiscutible, pero lo cierto es que las medidas a favor de la música en vivo han venido tarde y podría decirse que aún no son del todo eficaces.

Recuerdo que muchos teníamos claro cuando empezó a hablarse de la “crisis discográfica” (que no era otra cosa que el descenso de venta de discos) que el directo iba a ser la vía de salvación de esta industria cultural. Eran mediados de los 90, pero hasta una década después, los responsables de salvar la industria no se dieron por aludidos. La emoción de oír “un, dos, tres, ¡vamos!”, de corear a voz en grito la canción de tu grupo favorito, como si fueras un miembro más de la banda, la experiencia de vivir un festival, los graves golpeando el estómago… todo eso era imposible que dejara de apasionar a la audiencia. No hay nada como un grupo sudando sobre un escenario y aunque hubo un tiempo en el que algunos agoreros decían que la música electrónica y los dj también iban a matar el rock (me hubiera hecho millonaria si me hubieran dado un euro por cada titular de mediados de los 90 en los que se parafraseaba el título del “Vídeo mató a la estrella de la radio”) ahí seguimos llenando estadios, haciendo que florezcan más festivales que nunca, agotando las entradas para conciertos de despedida de grupos que empezaron cuando aún se vendían discos y bailando frente a músicos (también) que ofrecen directos salidos de un laptop.

Una vez instalados en la llamada crisis queda claro que la música en directo es lo único que siempre va a existir. En la era en la que la mercadotecnia vende cosas que llaman “experiencias”, un concierto es la EXPERIENCIA en mayúsculas. El “problema” es que resulta una experiencia adictiva para el espectador pero también para el músico. Subirse al escenario es un torrente de adrenalina, serotonina y dopamina que ningún fármaco puede superar. Y digo problema porque eso hace que muchos accedan a actuar por menos de lo que merecen. Por eso asociaciones que defienden los derechos de los músicos y de los dueños de los locales donde estos actúan son necesarias. Para que la industria del disco y los músicos puedan seguir trabajando, viviendo de lo que les apasiona. Y para que los espectadores podamos seguir teniendo mariposas en el estómago cada vez que oímos unas baquetas marcar el comienzo de nuestra canción favorita.

Silvia Grijalba

Escritora, periodista y directora del Instituto Cervantes de El Cairo y Alejandría