Artículo del periodista Nando Cruz publicado originalmente en el Anuario de la Música en Vivo 2017
En 2016 nació la asociación Mujeres de la Industria de la Música y la Unión de Sindicatos de Músicos, Intérpretes y Compositoras para dar voz a los colectivos menos representados en la industria musical.
Aún se culpa a los 40 años de franquismo del retraso que padece el mundo de la música en España, tanto en su capacidad de presión a las instituciones como en el interés que genera entre el público. Pero 40 años después, se ha avanzado mucho terreno y en muchas direcciones, y buena parte se ha recorrido gracias al empuje de asociaciones como ARC (fundada en 1976), ARTE (en 1983), ASACC (2001), APM (2001), ACCES (2005) y tantas otras que han trabajado para defender a sus representados en el complejo ámbito de la música en vivo.
Igual que en el sector discográfico, los primeros en asociarse han sido los agentes con más peso en la industria del directo: promotores, mánagers, salas de conciertos… Distintas patronales de la música en vivo, podría decirse. Pero tarde o temprano, tenía que nacer también una asociación de festivales, y en 2016 se dieron los primeros pasos. De hecho, convocaron una reunión de urgencia con el conseller de Cultura de la Generalitat de Catalunya, Santi Vila, cuando una sentencia del TSJC contra el Ayuntamiento de Vilanova i la Geltrú amenazó con sentar jurisprudencia. Si lo hacía, cualquier vecino podría paralizar un festival.
El pasado fue un año de movimientos asociativos en varias direcciones, y Cataluña, comunidad con una larga tradición en este sentido, volvió a ser pionera con la Acadèmia Catalana de la Música (ACATAM). Esbozada hace tres años, en 2016 puso los mimbres definitivos para aglutinar a todos los agentes de la industria musical y presentarse con una sola voz ante la administración. Cabe suponer que tras la ACATAM, llegue un día la academia española de la música.
Asimismo, y en un tiempo récord, se ha articulado la MIM (Mujeres de la Industria de la Música), que aglutina profesionales de todos los campos: productoras, mánagers, directivas, técnicas de sonido… Tres meses después del primer encuentro formal en el Primavera Sound, firmaban los estatutos y se constituían en el marco del Mercat de Música Viva de Vic. “En la mayoría de paneles, sean sobre programaciones, públicos o salas, solo hay hombres y, a veces, una mujer que suele estar bastante mal escogida”, critica su presidenta, Carmen Zapata. Entre las acciones de MIM, está la de presentar una web con perfiles profesionales de las 80 mujeres inscritas para que quien busque expertas para ponencias y debates sepa que hay para escoger.
Pero, ¿nadie echa en falta a un sector todavía más esencial en el negocio? ¡Los músicos, claro! Existía el Sindicato Profesional de Músicos de España y la Asociación de Músicos Profesionales de España. Y Musicat, más centrada en facilitar el papeleo contractual. Y sectoriales de estilos concretos como la Associació de Músics de Jazz i Música Moderna. Sin embargo, las músicas, las dinámicas del sector y las condiciones de trabajo han cambiado tanto que urgía articular un colectivo acorde con estos tiempos. La Unión de Sindicatos de Músicos, Intérpretes y Compositoras hizo también una sonada aparición en el Primavera Sound, aunque en este caso, desde fuera del recinto. Era una forma de explicitar que la lucha de los músicos no siempre irá de la mano del empresario, sino que, a menudo, será enfrentándose a él. Desde aquel día, se han constituido sindicatos en Barcelona y Madrid, y se han dado los primeros pasos en Valladolid y Valencia. Sin duda, uno de los frentes más urgentes a tratar será el de las condiciones laborales-salariales en cada contexto: desde los festivales más exitosos hasta los bares que programan conciertos de pequeño formato.
Llama tristemente la atención la debilidad con la que los músicos intentan negociar las condiciones de su trabajo en una industria que genera tantísimo dinero. Hay festivales con millones de euros de presupuesto y cuyo impacto económico en el territorio se calcula en decenas y decenas de millones, en los que un grupo local puede llegar a cobrar 200 euros, si es que los cobra. El “si no te interesan las condiciones, ya vendrá otro”, está a la orden del día, pues siempre habrá más músicos que espacios donde actuar. Pero una industria musical que pretenda crecer apoyándose en músicos condenados a la precariedad es como un árbol de raíz enferma. Dará frutos un tiempo, pero, en cualquier momento, puede caer.
En Francia, ese referente al que acudimos tan a menudo para ensalzar sus virtudes como defensores de la cultura, los músicos se rigen por el estatuto de ‘intermitentes del espectáculo’. Este régimen incluye cotización y protección social y, por supuestísimo, cualquier bolo se factura y se cobra. ¡Es así desde 1936! Hace 80 años que se asumió la necesidad de proteger al músico. No parece que la medida haya debilitado el negocio, sino al contrario. El asociacionismo es esencial para sumar fuerzas y presionar a las administraciones, pero cualquier gremio en el que las mujeres carezcan de una representación proporcional, y sus trabajadores no tengan una voz fuerte, siempre estará cojo. ¡Además, por muchos mánagers, promotores, salas y festivales que tengamos en España, siempre habrá más músicos! Si cada vez que un empresario soltara en una mesa redonde eso de “no debemos olvidar que sin músicos no existiría la música”, se organizara otro encuentro para atender a sus demandas laborales y salariales, igual empezaría a avanzarse de verdad.
Es pronto para intuir si 2016 fue un año clave para el asociacionismo en el sector de la música en directo. Mientras tanto, quizás podríamos empezar a imaginar una última e imprescindible asociación: la de los consumidores.