Artículo del periodista Yeray S. Iborra publicado originalmente en el Anuario de la Música en Vivo 2017
A mediados de la década pasada, cantos de sirena llegaron a oídos de los músicos. El nacimiento de Youtube en 2005 y el de Spotify tres años más tarde prometían subsanar la reducción de ingresos que había supuesto la piratería.
Las plataformas de streaming se vendían como un complemento justo a los ingresos del directo: menos intermediarios, accesos rápidos y, lo más interesante, mejor retribución. Tanto te escuchan, tanto ganas. Diez años después, los músicos se han quedado roncos de gritar a dichas plataformas más fair play. Y al final, las sirenas han dejado de cantar: Youtube les pagaba 1 euro cada 1.000 reproducciones.
A día de hoy, la fórmula sobre el reparto de dividendos de los gigantes de la reproducción sigue siendo un misterio. La palma se la lleva Spotify, que asegura haber repartido 1.000 millones de dólares desde 2008, pagando una media de 0,007 dólares por canción. Una versión optimista, comparada con la infografía de David McCandless que The Guardian publicó en 2015; tras compartir beneficios con la discográfica –dice el informe– un artista no recibiría ni 0.001128 dólares. Una cifra paupérrima, denunciada, entre otros, por Kevin Kadine, coautor de ‘All about that bass’, famosísima canción de Meghan Trainor, que explicó que por los 178 millones de reproducciones de su tema en Spotify él solo ingresó 5.600 dólares.
Sea cual sea el detalle del reparto, algo está claro: es bajo. Lo que supone un freno mayor para aquellos artistas que no controlan las cifras de Kadine. Pau Vallvé, con quince discos en el mercado (el último, Abisme cavall hivern. Primavera i tornar; autoeditado y autodistribuido), tiene claro que la del streaming es una apuesta para que todo siga igual. “La gente escucha gratis… Y tú le sales casi gratis a las plataformas”, dice Vallvé.
Pero, ¿qué hace que sea tan opaco el algoritmo que lleva a Youtube y a Spotify a repartir ganancias? El autor de Por qué Marx no habló de Copyright y experto en derechos de autor, David García Aristegui, lo tiene claro: “Son empresas privadas. La manera de remunerar la saben ellos. Por mucho que se piense que es un servicio público, Google [propietaria de Youtube] no es una organización filantrópica”.
Las sociedades de autores, además, siguen jugando un papel clave frente al streaming. Y más, mientras la política de Youtube siga pasando por un sistema proteccionista y para unos pocos. “Pocos puertos”, lo llaman. Esa opción no permite a la inmensa mayoría de autores el control del uso de sus obras. “Son las entidades de gestión quienes pelean con los gigantes. Eso es tener al enemigo en casa: por ejemplo, el acuerdo entre SGAE y Youtube es confidencial y solo pueden acceder al él los directivos. Lo que levanta mucha suspicacia”, destaca Aristegui. De hecho, son pocas las victorias de las sociedades de autores frente a estas plataformas. Hace unas semanas, la sociedad alemana de autores y editores (GEMA) se marcó un tanto: un acuerdo con Youtube permitirá retribuir a 70.000 músicos y empresarios representados por el uso de sus obras. Lo cierto es que, a día de hoy, Youtube y Spotify ni siquiera han evitado intermediarios. El pequeño autor debe dejarse los cuernos en buscar un “agregador” para poder sonar en dichas plataformas; el filtro acostumbran a ser discográficas y editoriales. Según Aristegui, con el streaming no solo “no se han eliminado los intermediarios, sino que han aumentado”. Por no hablar de si, una vez conseguido uno de esos “agregadores”, se quiere sacar partido a las reproducciones: monetizar no es sencillo. “Es una herramienta difícil de gestionar, por eso acabas externalizándolo”, comenta Alba Farelo, la joven detrás de Bad Gyal, que solo con sus dos primeros temas en Youtube suma más de tres millones de visitas, por las que no vio un duro por inexperiencia en la plataforma.
Pero, si pagan tan mal y es tan difícil acceder a las plataformas, ¿por qué los artistas siguen en ellas? “Son necesarias como promoción. Si eres un grupo como Arcade Fire podrás no estar por lo que pagan… Pero si eres Pau Vallvé, o estás o no existes”, zanja el músico catalán.
Las plataformas de streaming maximizan beneficios gracias a la teoría del árbol caído: ¿Existe una canción si nadie la escucha? Si no está en Youtube, probablemente, no. Con más de 1.000 millones de usuarios, la palabra music es la segunda más buscada; mientras leíais, 3.200 horas de vídeo se han alojado en sus servidores… En su mayoría, canciones que serán pagadas de forma injusta. Como antaño.